jueves, 29 de octubre de 2009

Noviembre en cima

Dolor.
Angustia.
Crisis.
Fin de año again. Clautrofobico, catastrofico, catatonico.

Una obra agoniza, un corazon que late al compas de la lluvia del sur, que resiste valientemente el calor de la zona central, para tapizar a duras penas esta falta de inspiracion.

Es jueves, las 21:45, octubre 29.

Las piernas me duelen y alma me pesa.

Agonizo

viernes, 11 de septiembre de 2009

Las Exiliadas



Esta obra pertenece al dramaturgo chileno Sergio Vodanovic y compone la trilogia de obras llamada "Viña" en alucion al balneario.

Lo escrito a continuacion es una adaptacion de la misma en dos monologos hecho por mi para ser representada como examen de final de semestre en el ramo de Actuacion III.



Escenario vacío. Al fondo, panorámica.

Después de un instante entra Hortensia, en silla de ruedas, empujada por su chofer, Víctor. Más atrás, los sigue desganadamente Emilia.

Hortensia tiene sobre sesenta años. Viste ropa anticuada. Su rostro esta surcado de arrugas a pesar de gargantilla de terciopelo negro que usa para estirar su tez. Usa audífono. Víctor es un hombre de su misma edad, con un estereotipado y desvaído aspecto de servil dignidad. Usa un anticuado uniforme, mezcla de viejo cochero y de chofer. Emilia tiene cuarenta años. Es más bien gruesa, de facciones toscas, de aspecto tenso y hastiado. En ella, especialmente, debe advertirse que este paseo matinal es parte de una rutina fastidiosa.

Hortensia.- Aquí, Víctor. Aquí. Ya estamos lo suficientemente lejos. Todos los días son veinte metros más lejos. Retrocedemos, Víctor, retrocedemos. Cada día ellos se adueñan de una franja más de la playa. El viaje es cada día más largo, pero ahora tenemos auto y no el antiguo coche… ¿Eh, Víctor? ¿Te acuerdas cuando llegaste a la casa para servir de cochero? (para si en voz débil). Pasa el tiempo, pasa el tiempo… (Se dirige de nuevo a Víctor sin mirarlo). Ahora eres chofer y empleado particular… ¡No había empleados particulares en aquel tiempo! ¿Eh? Y estabas mejor ¿no es cierto? ¡Las leyes Sociales! Recuerdo que mi sobrino León, que era muy astuto y muy dado a la política, decía… (Se ríe y recuerda. Luego agrega evocativa). ¡Era muy ingenioso el León!... ¡Murió! (pausa). Ya puedes volver al auto, Víctor… Vuelve en una hora más.

(Víctor se va. Hortensia mira a Emilia, que se ha mantenido de pie, inmóvil e indiferente)

¿Y tú? ¿Qué haces? ¿Estas esperando que se vaya Víctor para tomar tu baño de sol? No puedo comprender cuál es el placer de permanecer tendida una hora sobre la arena, desnuda, recibiendo sol. En mis tiempos…

(Emilia se saca el vestido y queda en traje de baño, un traje anticuado de busto plano y largo pollerin. Se tiende de bruces).

En mis tiempos, las señoritas iban a la playa, no a tomar sol, no a bañarse. Claro que a veces lo hacíamos, pero recatadamente. Lo importante era conversar, hacer vida social. Todos nos conocíamos. Sabíamos quienes éramos. La playa era nuestra. Fue en la playa donde conocí a tu padre. Y conversamos, conversamos largamente, hasta que nos enamoramos… Pero ahora… ¿Quién conversa? Solo dan chillidos en el agua o se tienden como tú, impúdicamente, a recibir el sol. No entiendo, no puedo entender…

(De pronto, Hortensia huele algo. Saca un pañuelo mientras husmea ostensiblemente).

¿Hueles? ¡Pescado podrido! ¡Aquí nos han tirado! ¡A un botadero de pescados podridos! ¡A esto han llegado! ¡Y me lo hace a mí! ¡A mí!

Me acuerdo cuando principiaron a llegar. Tú ni habías nacido. Llegaban en tren en las mañanas de los domingos y se iban por la tarde. Primero ocuparon una parte distante de la playa. Nosotros los dejábamos estar. ¡Nos daban risa! Eran tan pintorescos. Nos reíamos a costa de ellos: sus trajes, sus modales, la forma como trataban de imitarnos sin conseguirlo. Pero cada domingo llegaban diez más… Yo creo que lo hacían con toda intención. Despacito, despacito, se iban acercando más a nosotros. Cuando fueron muchos, decidimos quedarnos en nuestra casa los domingos. ¡No! No vayas a creer tú que nos pusimos de acuerdo o que hicimos una… una… ¿Cómo se llama eso ahora?..., una… ¡una asamblea! No, nada de eso. Cada uno lo decidió separadamente. Éramos buenos cristianos, esa gente tenía derecho a divertirse por lo menos un día a la semana. Y nosotros debíamos sacrificar el domingo por ellos. Eso fue lo que me dijo tu padre, al menos. ¡Pero yo creo que se equivoco! Había otros sitios donde podían ir. Viña era de nosotros. ¡De nosotros! (dirigiéndose a Emilia). ¿O no, dices tú? ¡Emilia! ¡Contesta!... Emilia, sé que no estas dormida, sé que me estas oyendo… Contesta… ¿De quién es Viña?

¡De nosotros! ¿Y por qué si es de nosotros nos han expulsado a este sitio que es un pudridero de pescados? ¿Por qué? ¿Quién lo permitió? ¿Quién?

Yo, antes, cuando tu padre vivía, me levantaba de mi cama y veía el mar desde mi ventana. Y de pronto principie a ver moles de cemento agujereadas y me empinaba para un lado y para otro tratando de ver el mar, hasta que un día no hubo ya mas mar. Solo ventanas, ventanas de conventillos que se elevaban hasta el cielo; cientos de conventillos, miles de ventanas que se iluminaban en las noches, y ahí estaban ellos: gentes, gentes que nadie conocía, que miraban, que reían, que jugaban (bajando la voz), que hacían el amor… ¿te he contado alguna vez lo que vi una noche por una ventana?... ¡Y pensar que tu pudiste verlo!

(Emilia principia a hacer ejercicios gimnásticos. Primero suavemente, para ir en aumento en ritmo y energía gradualmente).

¡Los culpables son los extranjeros! No debieron dejarlos entrar nunca al país. Turcos, judíos, alemanes, yugoslavos, yanquis… ¡Hasta Húngaros! ¡Gitanos! Antes solo había ingleses. Ellos eran los únicos extranjeros, los únicos que uno veía, al menos… ¡Y eran tan finos! Eran rubios, distinguidos, súbditos del rey: jugaban tenis y hablaban ingles. El ingles de antes, no el de ahora… Y con las damas jugábamos al britsh. ¿Te he hablado alguna vez de Mr. Wotherspool?... ¡Mr. Wotherspool!

Lo que sucede es que se ha perdido el orgullo. Han dejado que nos invadan. ¡Pero yo no renuncio! ¡No me mezclare! Moriré como he nacido. (Recapacitando con súbito pavor. A media voz). Moriré. Tengo que morirme. Todos se mueren. (Volviendo a adquirir seguridad). Llegare al cielo y le diré a San Pedro: “Aquí vengo yo. He sido una buena cristiana, he cumplido con los mandamientos, tengo todos los sacramentos, vengo a tomar el lugar que me corresponde en el cielo. Allá, en la Tierra, me arrinconaban, me exiliaban, me lanzaban a los pudrideros de pescados, pero acá, acá reclamo mis derechos”. Y San Pedro me dirá: “Pase, misia Hortensia, venga, venga a sentarse a la diestra de Dios Padre Todopoderoso; aquí encontrar su lugar, son todos amigos suyos; vea quien está aquí, su señor esposo y sus antiguos vecinos, don Ramón, don Estanislao, la señora Matilde y la señorita Eulalia, que murió virgen”… ¡Ahí quiero ver a esos extranjeros, a esos medios pelos, a esos rotos! ¡Ahí los quiero ver! ¡En el cielo!

(Queda un momento pensando en su venganza, sonriente y feliz. Entre risas, le falta el aire. De pronto, un inquietante pensamiento enturbia su expresión).

Emilia… ¡Emilia! ¿Te has fijado? ¿Cuándo vamos a misa? ¿En las mañanas cuando comulgamos? Ellos también van a misa…, también rezan, también comulgan… ¡Quieren embaucar a Dios, Emilia! Quieren invadir el cielo, como lo hicieron con Viña. Llegaran primero humildes y, después, lentamente se iran apoderando de todo y nos expulsaran de la diestra de Dios Padre Todopoderoso. ¡Emilia! ¡Hay que avisar al señor Cura! Que no se permita entrar a la iglesia, que no les de los sacramentos, que les impida invadir el cielo. ¡Escúchame, Emilia! He dicho algo nuevo, algo importante, diferente a lo que digo todas las mañanas. ¡Escúchame!

(Emilia continúa haciendo enérgicamente ejercicios de gimnasia).

¡Basta! ¡Basta!

¿Para qué haces ejercicios todas las mañanas?

No. No quiero saber. Quiero que me oigas. Tengo miedo. Hay que avisar al señor cura…

¡No! Quiero que me escuches, hay que avisarle al… ¡No me importa! Quiero que me escuches.

No te voy a oír. Tú no me escuchas, yo tampoco te escucho. ¡Escucha tú! ¡Soy tu madre!

Si, se que tienes cuarenta años. Eres una vieja. Tienes cuarenta y cuarenta y cuarenta y cuarenta… Y que cada minuto lo vives cinco veces y…

(Estupefacta) ¿Estas esperando que me muera?... Sin el audífono no puedo oír. Lo sabes perfectamente. (Gritando) ¡No oigo! ¡No oigo nada! No oigo nada, lar álala lar álala…

(Tararea febrilmente una canción infantil para demostrar que no oye hasta que comienza a extinguirse lentamente. Bajan las luces y queda solo una iluminación tenue. La actriz comienza a transformarse lentamente de Hortensia a Emilia, cambiando de vestuario y caracterización, hasta que queda en posición para decir el siguiente monologo)

Emilia.- (hace ejercicio) No me importa tu audífono, por primera vez me has preguntado por qué hago ejercicio todas las mañanas. De niña me enseñaste que hay que responder a los mayores y es por eso que te responderé…

Espero que te mueras. Espero que tú mueras para poder vivir yo. Sé que no soy capaz de escapar de ti, me educaste para que fuera un animalito sumiso y lo soy. Pero todo será diferente cuando tú mueras. Debo conservarme joven. Tengo que ser perseverante. Ejercicios todos los días, todos los días, para mantener el cuerpo joven. Entonces, cuando tú te mueras, seré un pichoncito nuevo y dejare que los hombres metan sus dedos por mi corpiño. Y lo encontraran aun firme. Tengo que prepararme para cuando tú te mueras. Para eso hago ejercicios, para eso leo.

Suceden cosas impresionantes en el mundo, allá, donde están ellos. Nadie me despreciara por juntarme con los otros. Cuando tú te mueras voy a empezar a vivir. ¡A vivir!

(Fuera de escena se escucha el sonido de una canción, popular. Emilia oye y mira hacia donde viene la música en temerosa tensión).

¡Mamá! ¡Mamá! Ahí viene… un veraneante. Tenemos que irnos de aquí…, rápido. ¡Mamá! (advierte que Hortensia está dormida). ¡No te duermas ahora! ¡No me dejes sola!

(Mira desesperada hacia todos lados, buscando un refugio para el peligro que se avecina. Opta por acostarse sobre la arena con el rostro encendidos, fingiendo dormir. Entra el veraneante).

Emilia.- Perdón, estaba durmiendo (se incorpora y se sienta, mirando hacia el recién llegado)

No, no soy señora, soy señorita… lo disculpo (indicando a Hortensia).- Mi madre.

Usted me estaba hablando, antes de que despertara, del sol, de la luna, las estre… (Decepcionada).- Aaaah, era una broma.

Me tiene que excusar. No tengo costumbre de conversar con desconocidos… (Rectificándose rápidamente). No, no quise decir eso, no se ofenda. Usted no es un desconocido. Le he presentado a mi madre y ahora me presento yo, me llamo Emilia.

¿Su nombre es Rodolfo?, igual que el artista que le gustaba a mi madre. Ella me contaba que todas las mujeres se volvían locas por él. Hasta se desmayaban en los biógrafos… Pero murió hace tiempo. ¿No le parece que la muerte es terrible, Rodolfo? Yo no quiero morir todavía, casi no he nacido aun…

Deseo tan intensamente vivir. Espero día a día el momento de empezar a vivir. Pero dígame ¿qué hace? ¡Cuénteme!... Trabaja en la Grace y veranea. No, déjeme corregirle, yo no veraneo. Yo vivo en Viña. ¡Naci en Viña!

¿Cómo, ya se va? ¡No! ¡No se vaya! ¡Quédese por favor!

¿Usted conversa? A mí me gusta tanto conversar. Siempre converso, pero no con personas. Imagino… Imagino que converso. Ayer imagine algo nuevo. Estaba en un hotel, en el restaurante de un lujoso hotel. ¿Sabe con quién? ¡Con un pretendiente! Bebíamos champagne. ¿Le gusta el champagne? (Medio decepcionada)Solo lo toma en los matrimonios y en el año nuevo. ¿Y que bebe usted en un restaurant de lujo?... (Confusa) Gin con gin… No lo había leído nunca. En las novelas siempre toman champagne. Tampoco sé como es el champagne. No voy a matrimonios ni a años nuevos.

¡No se vaya! ¡No puede irse! Usted es el único hombre que me conoce. Víctor, nuestro chofer, no es un hombre, es solo un chofer. Usted sabe cosas íntimas de mí. Cosas que nadie sabe. Que imagino que converso… con pretendientes. Ni mi madre lo sabe. A ella le parecería mal. Ella no quiere mezclarse. ¡Mezclarse! Ir allá (señala hacia el lado contrario) a tomar el sol, con los demás, pero yo si quiero mezclarme, Rodolfo. Aprovechemos mientras ella duerme. ¡No me toque! (chilla y se toca la parte del cuerpo afectada) Si, si se que le dije que quería mezclarme pero… es difícil acostumbrarse… Está bien (cede y se acerca nuevamente) ponga su mano en mi pierna (cierra los ojos) Calle…, deje sentir…, sentirlo bien. Quiero poder recordarlo.

(Se pone de pie y le cuenta al público)

Él me confundió con una sirena encantada por un mago maléfico, que la ha sumido en un sueño eterno en espera que llegue un príncipe que pronuncie las palabras mágicas que le devolverán su hermosura y juventud… Y ese príncipe era él.

“Yo soy el príncipe que te despertará” me dijo. Me dijo que era una princesa, su princesa, que despertara de mi sueño legendario. Me prometió riquezas, me prometió amor. El mundo estaba despierto para mí. Que había un sol, un sol que hace vivir a las plantas. Que hay una luna, una luna que hace soñar a los enamorados. Que no podía seguir viviendo ajena al sol y a la luna, que era como despreciar a Dios. (Cierra los ojos) Me susurro al oído: despierta, despierta… Y desperté (abre los ojos). Y cuando pensé que él me besaría, (vuelve a cerrar los ojos) cerré los ojos y espere, espere y espere… (Recoge el pescado podrido y lo acerca a sus labios. Al abrir los ojos, tira con repulsión el objeto)

Pero… Que… (Grita) ¿Por qué lo hizo? ¡No se ría! ¡Váyase! ¡Váyase! Váyase…

(Se acerca a los pies de Hortensia) Vamos, mamá. Vamos. Tenemos que irnos. Alejarnos más aun. También este pedazo de playa ya lo han invadido ellos. Más allá, estaremos solas. Quiero que me cuentes como era Viña. Quiero que me cuentes sobre Mr. Wotherspool. No voy a hacer mas gimnasia, mamá. Es inútil. No se puede principiar a vivir de repente. Hay que principiar poco a poco. Y tú no has querido que yo lo haga, mamá, porque tu quieres a tu niña, no quieres que ella sufra. Ahora comprendo. Somos diferentes. No debemos mezclarnos. No podemos hacerlo. Escúchame, mamá ¡Despierta!

(Mece la mano de Hortensia suavemente y la deja caer. Llora brevemente para después levantar el cadáver de su madre en brazos) ¿Te fuiste ya? ¿Termino tu espera? ¿Estas sentada a la diestra de Dios Padre Todopoderoso? ¿Encontraste al fin tu lugar? ¿Dejaste de ser una exiliada? (deposita el cadáver sobre el basural)

Yo también esperare mamá. Igual que tu. En tu silla.

Así es… como yo sé que es… un beso (Y, con triste ternura, besa al pescado para, luego, cual si fuera un niño, aprisionarlo contra su pecho).

FIN


**Esta reproduccion esta hecha sin fines de lucro ni con la intencion de faltar el respeto al autor**

miércoles, 9 de septiembre de 2009

Coming soon

Dedicare a este blog la presentación de mis escritos off-fanfics, osea, uno que otro poema (los menos), un cuento, una obra teatral... una cosita poca.

Un espacio para compartir mis delirios literarios, porque pa los "otros" delirios esta "Es lo que hay".

Sayonara y nos leemos
 

PALABRAS REBELDES © 2008. Design By: SkinCorner